lunes, 1 de marzo de 2010

Precisamente, el calor apareció cuando el frío me atrincheraba los huesos. Era de un ardor perenne, que cuajaba entre mi piel y el corazón. Me ataba al sudor y la incomodidad, pero lo cierto, era que si aquella calor desaparecía, pronto el frío quemaría. Tenía dudas, dudas que afloraban y desparecían con una variabilidad espeluznante. Los dos extremos me apuntalaban. Era difícil escoger entre la calor y el frío.

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